CRÍMENES EN NOMBRE DE LA LIBERTAD
El 17 de julio de 1794, pocos días antes del fin del
Terror, fueron guillotinadas en París, en la Place du Trône, después de haber
comparecido ese mismo día ante el Tribunal Revolucionario, siendo el acusador
público Antoine Quentin Fouquier de Tinville, dieciséis religiosas carmelitas,
anteriormente exclaustradas por la fuerza, del convento de Compiègne, un crimen
atroz que recreó con gran exactitud histórica la escritora alemana Gertrud von
Le Fort, en 1931, en su novela La última
del cadalso, y que también fue magistralmente llevado al teatro, en una
obra sobrecogedora, por el gran escritor católico francés Georges Bernanos, Diálogos de las carmelitas, publicada
póstumamente en 1949 y representada por vez primera en mayo de 1952. Si he
recordado ahora a estas mártires, cuyo suplicio causa verdadero espanto a
cualquiera que ame el bien y la libertad, ha sido por varios motivos: en primer
lugar, por el aniversario que se cumple estos días, cuando acaba de celebrarse
la festividad de la Virgen del Carmen; en segundo lugar, porque el
comportamiento del Tribunal prefigura el de los tribunales de la Alemania nazi
y de la Rusia estalinista, es decir, las más abyecta aniquilación de la
libertad individual y de la dignidad del hombre; en tercer lugar, sobre todo,
porque acababa de leer hace unos días, casi por casualidad, el extraordinario
texto de Albert Camus «¿Por qué España?», aparecido en el periódico Combat en diciembre de 1948, y donde
justifica con argumentos demoledores, ante Gabriel Marcel, la razón por que eligió Cádiz y no otro lugar para
situar la acción de su obra teatral El
estado de sitio, un tremendo alegato contra el totalitarismo, sea de
izquierdas o de derechas. Precisamente en ese texto nombra elogiosamente a su
amigo cristiano Georges Bernanos, cuyo célebre Los grandes cementerios bajo la luna, de 1938, es un conmovedor
documento en defensa de la asediada República española. Como Camus no es
sospechoso de sectarismo, quiero también recordar lo que dijo, él, precisamente
un ateo, pero un ateo con un altísimo sentido moral y de la justicia, en 1948,
en una conferencia pronunciada en un convento de dominicos del centro de París,
muy cerca de los Inválidos; decía Camus que el mundo necesita cristianos que
continúen siendo cristianos, cristianos que hablen con voz alta y clara, que
abandonen la abstracción y se enfrenten con el rostro ensangrentado de la
Historia. Como Georges Bernanos, como Charles Péguy, como esas mártires
carmelitas, desde una novicia a una octogenaria, arrastradas ignominiosamente
al cadalso por quienes siempre han negado el hombre de carne y hueso y el
espíritu del hombre, esto es, por todos los enemigos de la auténtica libertad,
que no es otra que individual, sagrada e intransferible. Ellas, naturalmente, a
pesar del miedo, perdonaron a sus verdugos antes de morir. Por eso gozan hoy de
la contemplación del Espíritu. Benditas sean.
Publicado por el diario Sur de Málaga en el verano de 2014.