Sobre una edición del Quijote
ENRIQUE CASTAÑOS
La
inmisericorde, inusualmente extensa y, en apariencia, pormenorizada crítica de
Francisco Rico (Babelia, 14 de septiembre de 1996) a la edición del Quijote
preparada por Florencio Sevilla Arroyo y Antonio Rey Hazas (Madrid, Alianza, 1996), si
bien presenta sólidos argumentos de carácter general que se aceptan sin
dificultad —la ambigüedad y confusión
respecto al hipotético destinatario, el uso de corchetes en el texto mismo de
la inmortal obra—, ofrece otros mucho más discutibles que, de ser asumidos con
idéntico rigor a como los expone Rico, invalidarían no pocas prestigiosas
ediciones de la novela, dejándonos prácticamente huérfanos de una edición
fiable en el mercado... quizás hasta que la anunciada por la editorial Crítica,
en su colección “Biblioteca Clásica”, dirigida por el brillante académico,
aparezca en las librerías. Para empezar, no está tan claro que “el único
criterio de Sevilla y Rey para habérselas con el Quijote ha sido una fe
ciega en las ediciones príncipes de 1605 y 1615: ciega, digo, porque no han
trabajado con las impresiones originales, sino con meros facsímiles”. Semejante
afirmación no sólo supone poner en duda la honestidad intelectual de los
autores, ya que ellos mismos, en la página LXXIV de su edición, aseguran haber
manejado la príncipe, la segunda y la tercera de 1605, y la príncipe de 1615, cotejadas,
entre otros, con los ejemplares facsímiles de la Real Academia Española
(Madrid, 1976), sino que parece desconocer que también las impresiones
originales presentan alteraciones en el texto de unos ejemplares a otros. Rico,
por ejemplo, adjunta una fotocopia de un fragmento del capítulo primero de la
Primera parte en la edición original, y lo coloca al lado del mismo fragmento
en el facsímil de la Academia citado. Las diferencias son evidentes y no hay
nada que aducir al respecto, siendo mucho más lógico y coherente el texto de la
edición original [“Decíase él: ‘Si yo...”] reproducido por Rico que el del
facsímil [“Decíase elaSi yo...”]
presuntamente utilizado. Sin embargo, en nota al pie de este controvertido
pasaje, Vicente Gaos en su edición (Gredos, Madrid, 1987, página 65), aunque
lee lo mismo que Rico, comenta: “La edición príncipe (aunque no en todos sus
ejemplares) trae: ‘Deziase el a Si yo...’, que Rodolfo Schevill y Martín de
Riquer enmiendan: ‘Decíase él a sí: Si yo...”. De un lado, no creo que
Francisco Rico piense también que Vicente Gaos hizo uso de algún facsímil y no
de uno o varios ejemplares de la príncipe, máxime cuando le hace al lector esa
importante aclaración entre paréntesis que yo he puesto en cursiva (de ahí que
sea arriesgado y temerario por parte de Rico afirmar que “la príncipe trae lisa
y llanamente” el texto que más arriba hemos considerado, coincidiendo con él,
más lógico); de otro lado, a pesar de ser tachados de incompetentes, Sevilla y
Rey, que han podido manejar un ejemplar distinto de la edición príncipe
que Rico y Gaos, interpretan igual que los autorizados estudiosos citados por
éste último, a quienes se suman, entre otros, Luis Andrés Murillo y Juan
Bautista Avalle-Arce. El que coincidamos con la fijación del texto de Gaos y
con la que propone Rico no necesariamente conlleva desdeñar y tildar de falta
de pericia crítica la otra.
Las
dificultades de fijación del texto cervantino son innumerables y muy complejas.
Sin ir más lejos, cuando en el pasaje de muestra Rico entrecomilla una frase en
la que se ha deslizado un abultado error de Sevilla Arroyo y Rey Hazas que le da pie
a utilizarlo irónicamente como título de su crítica, las tres palabras
iniciales, que él transcribe sólo para hacer comprensible la cita, sin embargo,
y no sé si ha reparado en ello, no coinciden con ninguna de las ediciones más
autorizadas que conozco. Donde él lee “no se contentó”, los demás (Gaos,
Riquer, etc.) leen “no sólo se había contentado”. El sentido y
el número de palabras cambia.
En
cuanto a un tercer ejemplo que Rico trae a colación, “el cual me mandó que me
presentase ante vuestra merced, para que la vuestra grandeza disponga de mí a
su talante”, palabras pronunciadas por el gigante Caraculiambro, según lo
imagina don Quijote postrado a los pies de Dulcinea y confesándose vencido por
el protagonista, es verdad que el texto de la príncipe reproducido altera el propósito irónico de
Cervantes, mientras que la segunda y tercera ediciones corrigen acertadamente:
“ante la vuestra merced”. En este caso la postura más correcta pienso
sea la de Vicente Gaos, quien se inclina por incluir el texto de la primera
edición, aunque señalando en nota las correcciones de la segunda, tercera y
otras (edición citada, página 66). Tan censurable es no advertir de la
corrección que introducen las ediciones posteriores a la príncipe, según es el
criterio en este caso de Sevilla Arroyo y Rey Hazas y también de Martín de Riquer, como, según parece
deducirse de la crítica de Francisco Rico, seguir el texto corregido sin indicar al menos
en nota el de la príncipe.
Málaga, septiembre de 1996.