La pureza moral e intelectual de Juan Gris
© ENRIQUE CASTAÑOS
En el breve pero
intenso prólogo de Daniel-Henry Kahnweiler a los escritos de Juan Gris reunidos
por la editorial Gustavo Gili, de marzo de 1971, el legendario galerista alemán
señalaba que si el pintor cubista madrileño hubiese vivido más tiempo habría
hecho de Kant el alimento esencial de su espíritu, una suposición que se
sostiene no sólo en la pureza intelectual y capacidad analítica de su mente,
sino en su propia aseveración de que el mundo exterior del hombre, en cuanto a
su forma plástica, es creado por su imaginación, no existe sino en su
conciencia. Junto al pensador de Königsberg, también habría que citar a Platón,
pues en cierto modo Juan Gris participó de la idea platónica de que la idea es
anterior a la cosa. Si Picasso, como nos recuerda Valeriano Bozal, había dicho
del retrato que le hiciera a Gertrude Stein que algún día Gertrude se parecería
a su retrato, es decir, que la realidad terminaría pareciéndose al arte, para
Juan Gris es la imagen de la cosa representada la que terminará pareciéndose a
la idea, que es la verdadera realidad. Él mismo lo afirma en un texto publicado
en 1921 en el nº 5 de la revista L’Esprit Nouveau: «Trabajo con los
elementos del espíritu, con la imaginación, intento concretar lo que es
abstracto, voy de lo general a lo particular, lo que significa que parto de una
abstracción para llegar a un hecho real. Mi arte es un arte de síntesis, un
arte deductivo, como dice [Maurice] Raynal (…) Considero que el lado
arquitectónico de la pintura es la matemática, el lado abstracto; quiero
humanizarlo: Cézanne, de una botella hace un cilindro; yo parto del cilindro
para crear un individuo de un tipo especial, de un cilindro hago una botella,
una cierta botella».
El artista que,
según escribiera Apollinaire en Meditaciones estéticas. Los pintores
cubistas, pretendía «pintar sólo formas materialmente puras» y que «se
contenta con la pureza concebida científicamente», había nacido en Madrid, en
el nº 4 de la calle del Carmen, el 23 de marzo de 1887, siendo el decimotercero
de los hijos del matrimonio formado por el próspero comerciante Gregorio González
Rodríguez, castellano de Valladolid, e Isabel Pérez Brasategui, andaluza de
Málaga, siendo bautizado con el nombre de José Victoriano (tomo los datos de la
todavía no superada monografía que le dedicó Kahnweiler, publicada
originalmente en 1946). Por ese tiempo los negocios paternos empezaron a no ir
del todo bien, lo que no impidió un ambiente familiar feliz. Después de
estudiar dos años, de 1902 a 1904, matemáticas, física, ingeniería y
metodología científica en la Escuela de Artes y Oficios de Madrid, comienza en
1904 a estudiar pintura con José Moreno Carbonero, y, en 1906, gracias a los
consejos del pintor Daniel Vázquez Díaz, se traslada a París, instalándose, al
poco de su llegada, en el célebre nº 13 de la rue Ravignan, en el destartalado
edificio del «Bateau Lavoir», donde vivía y tenía su estudio Picasso. Es decir,
que Juan Gris llega a París justo en el momento en que Picasso va a comenzar a
pintar Les demoiselles d’Avignon, en el otoño de 1906, por lo que, desde
su mismo principio, asiste como espectador privilegiado a la génesis del
cubismo, ese nuevo lenguaje del que acabaría convirtiéndose en su más preclaro
y puro representante, y que, por un lado, cabe calificar de la más radical
transformación habida en toda la historia de la pintura occidental,
precisamente por romper con la visión introducida por la perspectiva lineal,
pero que, por otro lado, como admite valientemente y con apabullante sencillez
Kahnweiler en el mencionado prólogo, «no fue una ruptura de la tradición del
arte europeo, sino su continuación más fiel, ante una situación nueva, pues el
arte no es sino la más alta expresión del espíritu de la época que le asigna su
objetivo, y ese espíritu había cambiado profundamente». O sea, el cubismo como
un nuevo clasicismo, un lenguaje donde no se pierde nunca de vista lo hecho por
los grandes maestros. Y esto es lo que afirma también Juan Gris de su arte. En
el artículo de L’Esprit Nouveau, concluía diciendo: «Si en el sistema me
alejo de todo arte idealista y naturalista, en el método no quiero evadirme del
Louvre; mi método es el método de siempre, el que los maestros emplearon; se
trata de los medios, que son constantes».
Sin embargo,
hasta finales de 1911 Juan Gris, que había empleado por primera vez este
pseudónimo en 1906, tiene que ganarse la vida colaborando como ilustrador en
diversas revistas parisinas y catalanas. En enero de 1912 hace su primera
exposición en la Galería Clovis Sagot, irrumpiendo públicamente en el cubismo
con una sintaxis más ordenada, racional, pura y matemática que la propia de la
fase analítica. En octubre participa en la muestra de la Section d’Or,
influyendo con el empleo de la cuadrícula y la firme estructura lineal de sus
composiciones, como admiten Douglas Cooper y Kahnweiler, en los pintores Gleizes,
Metzinger y Marcoussis. En ese mismo año firma un contrato con Kahnweiler, a
quien había conocido en 1908, y que sería sin duda el más entusiasta defensor
de su propuesta estética hasta su prematura muerte. También ese año se une a la
que sería su compañera hasta el final, Josette, de la que haría un sereno y
monumental retrato en 1916. Unos años antes, en 1909, había tenido un hijo,
Georges, con Lucie Belin. Entre sus mejores amigos hay que contar al crítico
Maurice Raynal y a Braque, del que comenzó a distanciarse en 1919. También
mantuvo una estrecha amistad con Picasso, que sin duda lo admiraba.
Juan Gris. The Siphon. 1913.
La Primera Guerra Mundial trastocó muchas cosas. Al comienzo de la misma, coincide con Matisse en Colliure, en el verano de 1914, pero el contrato con Kahnweiler termina rescindiéndose, firmando otro, en 1916, con el marchand Léonce Rosenberg, quien, junto a Gertrude Stein, siempre lo había apoyado. Terminada la guerra, vuelve a la relación con Kahnweiler, su opinión es requerida por algunas publicaciones importantes, colabora con Diaghilev, hace varias exposiciones y pronuncia una conferencia, el 15 de mayo de 1924 en la Universidad de la Sorbona, Sobre las posibilidades de la pintura, donde resume su pensamiento estético. A partir de ese momento su nombre comienza a ser conocido en Europa. Enfermo desde mucho antes, su dolencia pulmonar se agrava a partir de 1925. Después de unos meses en los que se asfixiaba por el asma, y con un diagnóstico clínico de uremia, fallece el 11 de mayo de 1927, en Boulogne-sur-Seine, cerca de París, junto a Josette, que no se había separado de su lado. Dos días después es enterrado, presidiendo el duelo su hijo Georges, Picasso, Kahnweiler y el escultor Lipchitz.
La clave
probablemente de la pintura de Juan Gris está en la relación de los objetos con
el espacio plástico, siendo éste el que se define a partir de aquellos. En sus
primeras composiciones, como el Retrato de Picasso, de 1912, observamos
una economía de recursos, severa monumentalidad, organización lógica y claridad
formal admirables. En su famoso lienzo del verano o del otoño de ese mismo año,
Botella de jerez y reloj, ya emplea una estructura lineal a modo de
trama organizativa, en cuyos compartimientos incluía detalles realistas y
aspectos diferenciados del tema representado, como las borlas del cortinaje,
obligando al espectador, como afirma Cooper, a una «síntesis
visual-intelectual», es decir, a dotar de forma lógica al conjunto en su
cerebro. A partir de 1913 irrumpe con fuerza el color en su obra y desarrolla
una técnica compositiva quizás derivada de los papiers collés, con planos
superpuestos que organizan estructuralmente el cuadro. Nunca admitió la
abstracción. En su mencionada conferencia de 1924, escribió: «Un cuadro sin
intención representativa sería, a mi modo de ver, un estudio técnico siempre
inacabado, pues su único límite es su resultado representativo». Pero tampoco
se plegó nunca a la imitación de la realidad: «Una pintura que no es más que la
fiel copia de un objeto no sería tampoco un cuadro, porque incluso suponiendo
que ella completa las condiciones de la arquitectura coloreada, carecería de
estética, es decir, de elección en los elementos de la realidad que expresa. No
sería más que la copia de un objeto y jamás un tema».
Después de
experimentar con motivos ornamentales puntillistas, hacia 1915-16, e inclinarse
por una pintura más conceptualista en algunos cuadros de 1916, de una cierta
austeridad, Juan Gris vuelve al color y a la complejidad compositiva a partir
de 1917-18. Desde 1919-20, la mayoría de los estudiosos reconocen que su obra
se abre a una poética más lírica, sin por ello perder nunca de vista los
presupuestos estéticos del cubismo.
«Es hermoso, un
pintor que sabía lo que hacía», le dijo un día Picasso a Kahnweiler delante de
un lienzo de Juan Gris. En efecto, belleza estética y reflexión intelectual se
aúnan en la obra del más puro y arquetípico de todos los pintores cubistas.
Publicado en el diario SUR de
Málaga el 11 de mayo de 2007
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