Realismo subjetivo, intemporalidad y espiritualidad en Rembrandt
Conmemoración del IV Centenario
del nacimiento del pintor de Leyden
© ENRIQUE CASTAÑOS
La posición preeminente
de Rembrandt en la historia de la pintura occidental, al lado de genios como
Velázquez, Goya o Tiziano, deriva tanto de su portentosa técnica como de su
hondísima penetración en la condición humana, especialmente en los rasgos del
carácter y en la vida interior de los individuos. La evolución de su técnica es
paralela a su interés por lo psicológico, el mundo de los sentimientos íntimos
y la más acendrada religiosidad. Al igual que Miguel Ángel o Tiziano, su obra
se hace más profunda y esencial a medida que avanza en edad, siendo
precisamente su etapa culminante la de madurez, a partir de 1649.
Nacido en la ciudad
holandesa de Leyden el 15 de julio de 1606, su obra atraviesa, además de la ya
citada, otras tres etapas: la de juventud en su villa natal, de 1625 a 1631; el
primer periodo de Amsterdam, de 1632 a 1639; el segundo periodo de Amsterdam o
etapa intermedia, entre 1640-47; y el último periodo hasta su muerte el 4 de
octubre de 1669. Aunque la producción de Rembrandt no puede someterse a clasificaciones
estilísticas rígidas, pues está en permanente evolución y transformación, sí es
posible establecer algunas características generales. Durante la primera etapa,
asimila y supera con rapidez las lecciones aprendidas de su maestro Pieter
Lastman, empezando a despuntar algunas constantes de su obra futura: la
importancia concedida al claroscuro como medio favorito de expresión; una mayor
inclinación natural hacia lo romántico y lo pintoresco que hacia el ideal
clásico de belleza; el interés por los cambios que se originan en la vida
interior de las personas, centrados en esta época en la representación de
ancianos. En los cuadros de este periodo comienza a advertirse ya su técnica
única y prodigiosa, por ejemplo, dándole empaste abundante a unas zonas y
dejando más sueltas y líquidas otras, o bien haciendo uso del extremo del
pincel para arañar la pintura, o bien investigando con la luz, de tal modo que
se logra una perfecta integración de la figura en el espacio que la rodea.
La llegada de Rembrandt
a Amsterdam le va a poner en contacto con las principales corrientes del
barroco internacional, dominado en ese momento por el estilo monumental de
Rubens, y le va a permitir lanzarse a la etapa más triunfante de su vida,
adoptando las formas de un gran señor. Es entonces cuando se casa con Saskia
van Uylenburgh, hija de una familia acaudalada y respetable, cuando inicia su
pasión de coleccionista de objetos artísticos, desde pinturas y esculturas
hasta tejidos y armas orientales, y cuando, en 1639, compra una gran casa. La
etapa comienza con un cuadro, La lección de anatomía del Dr. Tulp, de
1632, presidido por las caracterizaciones de los individuos, la coherencia del
grupo, la potencia del claroscuro en combinación con la sutileza atmosférica y
la unión dramática entre tensión pictórica y psicológica. Periodo generoso en
cuadros de escenas violentas y dramáticas, termina con una obra extraordinariamente
atractiva, la Dánae del Ermitage, de 1636, una obra cuya clave
compositiva es la mano extendida de la sensual muchacha.
Durante el periodo
intermedio, Rembrandt oscila entre las tendencias barrocas a lo Rubens y las
clasicistas a lo Poussin, interpenetrándose en realidad ambas, hasta que hacia
1648 el clasicismo adquiere prioridad, lo que no significa que él fuese nunca
un pintor clasicista. El carácter barroco, como ha entrevisto uno de sus
mayores estudiosos, Jakob Rosenberg, sigue viviendo en un claroscuro cada vez
más intenso y en una técnica pictórica cada vez más fluida. Pero ahora
Rembrandt, de la tensión emocional y dramática del periodo anterior, evoluciona
hacia la serenidad y la calma. De esta época es su cuadro más célebre, La
ronda de noche, de 1642, una brillante transformación radical del
tradicional retrato de grupo, cuya coherencia impar se debe tanto a la
complejidad del movimiento que se organiza en toda la profundidad del espacio,
al claroscuro animado por intensas notas de color y a la gradación de los
contrastes entre la luz y la sombra. Los cuatro planos en profundidad en que se
divide la escena conviven con una animación que tiene su origen en la orden de
arranque de la marcha del capitán Cocq.
Rembrandt. El entierro de Jesús. 1654. Aguafuerte, punta seca y buril. 211 x 161 mm. BNF, París.
Cuando comienza su etapa de madurez, en 1648, hacía ya seis que había muerto Saskia, quien le dio un hijo, Titus, en 1641. También hacía varios años que su éxito profesional había empezado a declinar, en parte por el cambio de gusto que se opera en Amsterdam en la década de 1640. En el periodo de madurez culmina todo el arte de Rembrandt, convirtiéndolo en uno de los tres o cuatro espíritus más extraordinarios y profundos del arte europeo de todos los tiempos. Ya había dado el artista por entonces sobradas muestras de su capacidad como dibujante, absolutamente excepcional, tanto por la rapidez y penetración agudísima de la visión como por la capacidad de síntesis, por la unión milagrosa de economía de medios y expresividad. Entre 1648-50 el más grande grabador de la historia realiza su grabado más famoso, La estampa de los cien guilders, un prodigio de unidad compositiva y atmosférica basada en los contrastes de luz y sombra y en los tonos intermedios, por no hablar de la profunda religiosidad que lo impregna todo, un trasunto plástico del Sermón de la Montaña. También ahora llega a su cima el arte del autorretrato del creador que más veces se representó a sí mismo en toda la historia, pero no con una intención que tenga que ver con la soberbia o la vanidad, sino con un interés introspectivo, ahondando en los cambios del alma. Resulta cuanto menos sorprendente que a medida que las tragedias personales se acumulan en su vida, mayor es su religiosidad y serenidad artísticas. Su siguiente compañera, la atractiva y adorada Hendrickje Stoffels, a la que conoció hacia 1645, murió en 1663. Su hijo Titus, débil y enfermizo, moriría en 1668. En 1656 Rembrandt tuvo que vender sus propiedades y colecciones, pues las deudas lo habían arruinado. Gracias a la ayuda de Hendrickje y de Titus, que fundaron una sociedad, pudo sobrevivir y salvaguardar las ganancias de su trabajo. Su profundo drama religioso, sólo comparable al de Miguel Ángel, aflora ahora con toda su fuerza, haciendo unas obras de intensidad inigualable, religiosa y psicológica, unas obras intemporales, mejor dicho, por las que parece, como dice Georg Simmel, acumularse todo el tiempo y todas las experiencias de la vida, lo que las hace precisamente intemporales y eternas. La Betsabé del Louvre, Los síndicos pañeros, del Rijksmuseum, y El regreso del hijo pródigo, del Ermitage, son los testimonios culminantes de un creador impar que trató de iluminar las tinieblas de la condición humana.
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